A los artistas que
se llevó la pandemia
El vagón se acercó y la curva enorme
de poetas, artistas y amigos que emprendieron el viaje, alborozan sonrisas,
gritos, euforia levantada por el ánimo de la concurrencia.
Era un viaje especial del último
rincón de la patria a la risueña ciudad de la cerveza, la vid y el buen pan.
Todos
gritaban, vociferaban y como si fuese la celebración de una victoria surgían
mil historias en las diversas formas: poemas, odas, relatos, escenografías,
paisajes quijotescos, por la disertación de la fábula, las historias sin fin
del celebérrimo.
“—Tres,
tres”, al unísono y él reía.
“—Eres
como el Cristo!
“—¡Sí,
pero no me crucifiquen cabrones y cabroncitas! ¡Jajajaja!”
El
viaje se acortaba en el tiempo, apenas iniciaba la primavera del 2020. Fría
como nunca. Triste.
En el
mundo las alarmas crecían y la indiferencia y el desengaño las diluían.
“—Herbert”,
gritaba el uno.
“—Memo”,
el otro.
“—Gus,
canta Sufrir”.
“—Jejeje,
no, ya no más.
“—Entonces:
Por ti”
“— Esa
es de Chávez”.
“—¿Oda
al hombre sencillo”, es tu canto Hébert?
La
colina se inclina ante el peso del convoy como si fuese un vaivén perseguido
por la lejanía.
Surgen
caminos sinuosos entre grandes rocas, cielos y precipicios y el ruido
displicente de carriles de acero y durmientes satisfechos atesoran las andanzas
de viejos usos por la vía serpentaria.
La
noche se aproxima; las luces interiores oscurecen el sendero. Otean las
entrañas el mañana incierto.
Las
sonrisas se diluyen y los rostros se inclinan ante sus legados. La respiración
se agita, se comparte, se adormece.
Los
Haikus de Ana Karina, sangran...
La
alegría fue ayer.
La
tristeza es hoy.
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