El Músico ciego
(“Bajarás del
Metrobús. Lentamente aguzando los oídos repetirás tus pasos que te llevarán a
rondar la Academia de las Artes Musicales donde nunca has intentado entrar.
Esta vez, sí lo harás.
Repetirás tu nombre para no olvidarlo y le agregarás tus oficios, poeta
y músico lírico, compositor citadino. Intentarás tocar en la entrevista las
mejores melodías que has compuesto, las que te harán llorar de nuevo. No
importa. Tal vez una lágrima se deslizará hasta la mano que beses de tu futura
intérprete si es que te contratan.
Tocarás el fistol que te acompaña en tu cuello y te servirá una vez más
para enganchar tu acordeón. El ensayo y la afinación de tu instrumento con el
de los demás, guiados por el ilustre maestro cubano Alberto Corrales Subirá.
Te guiarán el lugar que ocuparás en la orquesta y te ubicarán junto a la gran
diva que con su voz y tu acordeón enaltecerán las pasiones, enamorarán la vida
y nos darán el aliento necesario para continuar existiendo, como lo hace en Le
Boheme de tus amores.
[Escucharás el rasgueo de la pluma en el papel de
quien te describe en su historia].
Recordarás cómo llegaste hasta el tren después de
que leíste la sección de anuncios ocasionales en Braille donde solicitaron un
compositor con temas nuevos, poéticos, coloquiales, que hablaran del alma y del
amor cierto, pero con calidad musical y dominio de la escala tonal. Sentirás
alivio al cumplir tal requerimiento, pues estás consciente de la raquítica
calidad de voces y sonsonetes de moda, el uso de instrumentos mal ejecutados,
canciones producidas y mejoradas por aparatos electrónicos, entonadas, repetidas,
desvirtuadas por la falta de ideas de sus letras sin versos y sin sentido y
presas de la más horrible cacofonía que se escuchan por doquier y que en nada
favorecen a la educación musical de las nuevas generaciones, tonadas como esta:
.
—Mira mi mamita
Que cosa bonita
Estás muy chiquita
Te doy tu papita
Cosita
Bonita…
(DR EMI Internacional, Prohibida su reproducción y
uso de alguna coma espacio o pensamiento sobre ella).
Dejarás de fastidiarte al buscar con tu bastón un
asiento desocupado del tren vía, para aposentar tu humanidad. Te darás cuenta
de que no te cederán un lugar los muchachos que ríen y escabullen sus piernas para
que no las toques y caigas sentado sobre alguno.
Aun así, tomarás tu instrumento…
[Recorrerás la vieja historia de amor sublime y
despedida].
Después de bajar del camión para dirigirte a la
estación del tren, subirás por la escalinata del puente peatonal. Deslizarás la
mano desnuda sobre la superficie de la barda inclinada con la misma diagonal de
los escalones. Tocarás a intervalos para que la arenisca no lastime tus dedos
que necesitas para oprimir armoniosamente las teclas de tu instrumento.
Un día antes te acostarás temprano. Beberás tu café
con leche y galletas marías. Tomarás tus hojas doblemente cifradas con notas
musicales en el alfabeto Braille; rozarás con tus yemas y llevarán a tu cerebro
las melodías de tus canciones. Disfrutarás la suave corriente que tus nervios
le transmitirán a tus músculos, tendones, brazos, cuello y tímpano y, a través
del tallo cerebral, al mesencéfalo, llegarán la música y tu lirismo al tálamo
para proyectar la información a la corteza cerebral auditiva del lóbulo
temporal.
En la medianía del día, afinarás tu voz. Repetirás
la tonada en primera, segunda o tercera voz por si acaso. Erguirás tu cuerpo.
Elevarás el acordeón hacia tu oído izquierdo. Emitirás con sonidos guturales
las sílabas en pos del tono exacto. Consultarás tu memoria para que te
abstraiga la imagen del texto lírico. Limpiarás tu garganta para seguir el tono
ejecutado.
Terminarás tu silencioso repaso, pues no admiten que
los artistas interpreten su arte.
El día anterior te bañarás al levantarte y vestirás
tus mejores prendas. Mentalmente escribirás tu agenda del día. Te revivirá el
agua serenada y tendrás cuidado ante la barba dura y la piel demasiado arrugada
a pesar de la ducha fría. Buscarás en la piel de tu cara restos de barba mal
rasurada, granos cercenados, costras de cortadas, huellas febriles y de
miserias. Te untarás un poco de margarina y suavizarás las heridas.
Te acostarás en esa noche queriendo olvidar un día
más de soledad; tu avatar en rehacer tu presupuesto, tus compras miserables; culminarás
con un mal café sin azúcar y leche en polvo; frío como la torta de salchichón o
pedacería de distintos jamones, gelatina, cuero y tendones de animales; untados
con cuajada de leche con sal, convertida así por la falta de electricidad y
algún rincón fresco donde resguardarla.
Llegarás esa tarde, imaginada por la aproximación
de vaho vespertino que te acompaña cada oscurecer, esa que en ti nunca pasará por
tu cerebro ante tu negada visión y que la supones, por la amortiguación del
ruido citadino o el silencio de quienes regresan de un día arduo y
desconsolador, igual que tú.
Recorrerás el viejo callejón para llegar a tu casa,
tropezando con las mismas piedras, hoyos, botes, lavaderos, charcos, y tocando
con tu rostro los tendederos atestados, creadores de vericuetos por los que te
deslizas trastabillando a tu cuarto.
Tantearás la puerta con tus manos para buscar la
rendija de la chapa, forcejearás con ella girándola de un lado a otro y la
llave encontrará por fin la ranura libre de balines desajustados; luego,
buscarás el mueble que cada día atoras para dificultar el intento de robo de
quienes ignoran tu miseria.
Caminarás pasado el mediodía citadino, por tu rumbo
de siempre: calles y banquetas, hidrantes en desuso, rampas quebradas, calles
sin resguardo, luces de advertencia sin sonido y, en cada cruce, esperarás una
mano amable que te roce, jale, guíe y apure tu paso.
Por la mañana, te bajarás del último autobús que te
llevará a ese largo recorrido citadino de las más diversas comunidades del
centro a la periferia, donde tú ya conoces el camino a seguir.
Regresarás del fondo del autobús, paso a paso, con
tu música, la que acostumbras tocar en cada unidad, y recogerás las dádivas de
buenas personas, en recompensa a que les hiciste sentir menos desgraciadas que
tú. Le darás las gracias y ya como colofón palmearás el hombro del chofer y le
insistirás en tocarle una que le guste. Te reclamará como siempre: “¡¿si ya
sabes cuál es mi favorita!?”. Sonreirá sin saberlo tú y te pedirá “Una
página más” en recuerdo de su difunta Madre, que se la dedicaba cuando
andaba en mal de amores. Al escucharla, le harás sentirse triunfador y
enmascarará sus penas y abandono.
Subirás el primer camión de tu recorrido artístico
laboral, pedirás permiso para trabajar, te sentarás en el asiento para ancianos
y desvalidos. Afinarás tu oído y cuando arranque, te pararás seguro de seguir
tus pasos de regreso, que al leve choque de las patas de los asientos te
guiarán al fondo y, mientras cantas.
Imaginarás
que lees el periódico sobre la oferta de trabajo de una orquesta llamada en su
evolución como Sinfónica, que ya contará con una cantante messo soprano
y que espera ser acompañada por ti, y te prepararás para solicitar ese puesto.
Recordarás cómo leíste con tus dedos el anuncio de la orquesta y tu ingreso,
posibilitará a estabilizar tu porvenir económico.
Le
preguntarás al lector, que intuiste por el ruido del papel al desdoblarse, si
tiene el anuncio con puntitos y bordes para invidentes, y le pedirás que cuando
lo termine de leer, te lo regale.
Recorrerás la ciudad evitando el trolebús que viaja
por la mejor zona de la ciudad y la peor, para colectar alguna dádiva.
Iniciarás tu peregrinaje por los camiones en un recorrido imaginario y del que
nunca sabes a dónde te llevará y te alegrará enfrentar un nuevo reto una vez
más. Te reirás de chistes ajenos, terciarás en conversaciones, ofrecerás tu
acompañamiento musical por si alguien se atreve a cantar.
Al salir de
tu casa pensarás en una nueva canción o continuarás componiendo alguna de las
que dejaste sin terminar, porque te ha llamado la atención un nuevo ritmo o una
buena versión o” cóver” de épocas lejanas, adaptada a tu acordeón como
la vieja y dolorosa canción “La vie en rose”.
Te
levantarás con renovado ánimo. Te irás a la terminal más cercana a tu casa para
recorrer la ruta y alegrar con tu música a los transeúntes y viajeros de los
camiones urbanos de la ciudad.
Dormirás y
olvidarás ese último día como si nunca hubiese pasado: tropezarás con los
rieles del trolebús, y el viento armónico y musical del fuelle exhalará su
último aliento, las cajas armónicas se astillarán, el teclado se aferrará a tus
garras como último salvoconducto, igual que al trayecto de tu vida; tus manos
se crisparán, tus ojos se abrirán, los ecos silenciosos te llevarán; una luz al final del laberinto; una
claridad te inundará de serenidad y de esa paz, que tanto habías anhelado”).
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ResponderBorrarSencillamente profundo relato el cual nos lleva de la mano en el recorrido de aquel dia trágico en el cual pierde la vida no sin antes visualizar la diaria rutina en su diario ir y venir por la ruta que recorría como otros tantos personajes con la misma problemática de la ceguera y que deambulan por la ciudad aun con los riesgos que esto implica, triste desenlace de la trágica muerte del músico ciego que al final de su camino logro visualizar esa luz que veremos todos.
ResponderBorrarFelicidades Guillermo Beltrán Robles
Querido amigo:
ResponderBorrarGracias por evocar recuerdos, los que aun en mi mente quedan. Orgullosa sere siempre de ser cantante de pueblo e interprete magistral en las rutas de camiones. Larga vida a ti y a tus letras! Larga vida a nuestra musica, la cultura y el arte!
Un abrazo, a mi estilo, con harto cerebro y corazón!!!!