¿Qué
aprendizajes se obtienen al leer o asistir a la puesta en escena de obras Dramáticas?
He
leído novelas, poemarios, cuentos, toda clase de textos, pero hay algo al que
le he estado rehuyendo durante mi vida, la dramaturgia. Y no es por desconocer
el tema, sino porque, si apenas sobrevivo a los poemas amorosos quasi
dramáticos, tristes. ¿Qué podría hacer mi corazón débil ante tanta profundidad
con que se toman los avatares de la vida a través del teatro?
De por sí las experiencias extraordinarias que he tenido al ver obras de Hamlet Rubio, Pedro López Solís, Rosina Conde, Ursula Tania, Ignacio Flores de la Lama, al maestro Edu Calleros con su Sr. Trudó, me han dejado una grata impresión, algo inolvidable, un mundo fantástico lleno de espiritualidad y amor a la vida.
Brownie, Cría cuervos, En esta esquina, La casa de Bernarda Alba, El Sr. Trudó. Obras señeras representadas, algunas escritas otras en colaboración, pero el haber asistido a su representación ha sido inolvidable.
Por
tal razón esta materia la he tomado con cierto temor, pero con gran curiosidad.
Tal vez sea, al fin, el conocimiento que necesito para llegar con mis textos a
la profundidad del alma de oyente, del espectador, del lector o del común de
las personas.
No sé cómo he superado las emociones que me han causado hasta aquí los temas y ejercicios para escudriñar cada tema y tomar de ellos, a manera de imitación las formas, las emociones, para, enseguida, abstraer y compenetrar mi intento de escritor y mejorar todo lo que he escrito, sin llegar a lo burdo, al ridículo o a la imitación fútil.
Retomando lo que plantea la Poética Aristotélica, escribe un cuento breve.
He
tomado un viejo cuento, un ser inextricable, El Sr. Trudó, que retomo cada tanto tiempo, cuando mi estado
emocional lo exige para intentar la catarsis en lo que se ha convertido la
escritura. Hoy, con los elementos de la dramaturgia.
El Sr. Trudó ha sido impregnado por su propio drama, por su acto creativo y su sufrimiento, la del poeta que apenas sobrevive físicamente, pero que, a través de su obra, emerge con más poderío, con la fuerza de que es capaz de resurgir energizado por su poesía.
El vendedor de poemas
Se me acercó, enjuto, esforzando la mirada hacia el nivel de mis ojos; su rostro quijotesco reflejaba una miseria alimentaria de mucho tiempo. Masticaba estruendoso un mendrugo cuyo bocado lo paseaba por las encías sin muelas de ambos lados de su quijada.
—¿Renta usted un cuarto?
No deseaba caer en los mismos errores de alquilar
habitaciones a personas que al final de cuentas no pagan sus adeudos dada su
situación económica o simplemente porque no consideran una prioridad la de
tener un lugar seguro convertido en hogar para el resto de sus vidas.
Agachó la mirada obligado por el arco vencido de su
espalda; su respiración forzada tomó un nuevo suspiro y se apoyó con fuerza en
un tronco de rama de árbol convertida en bastón.
Lo observé y sentí una enorme conmiseración, respeto y
reconocimiento a su larga vida de luchas, de metas logradas de esas que no
llenan bolsillos, pero alborozan el alma y acorazan el espíritu.
Traía una bolsa de mercado con diversos objetos y ceñido
el brazo con su torso un legajo de hojas desleídas escritas a máquina, en el
pecho colgaba un anuncio manchado de restos de bebidas y alimentos:
SE HACEN POEMAS A
LA ORDEN:
DE AMOR Y DESAMOR
DESENGAÑOS
TRISTEZA Y
VALENTÍA
—Me dicen el Sr. Trudó, espetó.
[con voz lánguida y profunda]
Me parecía haber escuchado ese nombre. De momento no
recordaba dónde. Tal vez en el caminar de la vida, como a veces sucede se
encuentra uno a diversas personas que van enmarañando el trajinar del mundo; el
movimiento laberíntico donde se esconden las ideas y pernoctan insalubres la
avaricia y la acumulación y le priva al hombre toda probabilidad de ser.
Estuve a punto de pedirle un ejemplar, una de tantas
hojas sucias y arrugadas que semejaban legajos del alma, baladas dispersas,
cantos de amor y de tristeza. Por respeto a su alta investidura preferí
mostrarle el cuarto desocupado al filo de la banqueta.
Pronto se convirtió en mi vecino de abajo, al que diario
observaba desde el segundo piso, cuando cerraba su cuarto para ir a ofrecer su
trabajo lírico, esparcir sonrisas, soluciones amorosas y consuelo; dibujos de
corazones y parejas en comunión; y, sobre todo, la esperanza de que la poesía
salida de su corazón sería el aliento que muchos necesitamos para sobrevivir en
este mundo de violencia, materialismo y convertirlo en un acercamiento a
nuestro propio ser espiritual para trascender.
II
Empezaría por describir al tal Trudó. Un hombre
indescriptible partiendo de la idea que tal vez nació de la imaginación. Pero
no, ese tal vez no es posible cuando uno despierta con la agradable sensación y
cosquilleo en los dedos por oprimir a gran velocidad cada letra y signo del
teclado de la computadora. No es fácil, suponiendo sin conceder, que me gana el
entusiasmo y me obnubila la razón mis largos dedos trabados y acostumbrados a
perseguir en cada extremo de las líneas de las teclas de doble signo; los
acentos y grafías olvidadas programadas como atajos si fuera necesario, con tan
sólo tres de ellos en cada mano, sin técnica definida, nada más con las ganas
de escribir, pensar, crear y perseguir cada idea y el reto de no olvidar cada
frase, oración e ideas desgarbadas sin ton ni son.
Debería decir, acaso, que ese tal
Trudó, enigmático, taciturno, fantasmal, de quien tan sólo observo su sombrero
desde mi ventana del segundo piso; a quién detecto a través de sus pasos en la
acera, su traspiés cada quinto paso, como si le fuera la vida en cada trecho y,
luchara y se esforzara por salir del letargo de su andar, cansado y taciturno;
como si en los hombros llevara a cuestas cada verso y prosodia del poema
desgastado de su vida. O quizás nada más sea el esfuerzo consuetudinario de
encontrarse para dejar de emular cuanta corriente, grupo, influencia, istmo o,
el cadáver del poeta fronterizo, nororiental o citadino que todos imitamos;
vanagloriarse y esclavizarse con su supuesto estilo; accidentado, mullido,
desencantado y no logrado, pero que las masas, huérfanas de héroes fallidos lo
han ubicado como escritor de una erudición insultante.
El gran Trudó, como yo lo imagino,
pues el punto de vista me confunde al grado de que su gran sombrero esconde su
cuerpo, cuello y testa y apenas logro ver sus zapatos desgastados y sucios;
inclinados hacia los lados, como si pisara espinas y para evitar lastimarse los
arcos interiores… No, creo que alucino. Qué tal si es un caballero de a caballo
y la curvatura de sus piernas son resultado del lomo del corcel, del trote
diluido por el viento, atravesando la enorme Pampa, con la mirada penetrante
hacia el ocaso; el deseo insatisfecho de la amada o la imagen desbordante de la
metáfora que se escabulle en sus ideas.
No puedo olvidar aquella tarde de
lluvia y frío, cuando escuché el ya conocido caminar del Sr. Trudó, pegado a la
pared de mi casa, maldiciendo las goteras y las primeras lluvias de un techo
deslavado de mierdas felinas y de palomas; me sentí culpable. Busqué las
canaletas que nunca puse, los tubos de bajada que harían más noble el
excremento diluido por la acera, recorriendo sus suelas perforadas; impregnando
sus destrozados calcetines con miasma líquido y el olor a café difuminado por
la brisa.
No he dejado de pensar en el Sr.
Trudó y la fortuna que tuve de sospecharlo desde la primera vez que me llamaron
la atención sus pasos vacilantes, su tac-tac discordante y su poemario cerebral
que dibujaba su mirada, la de sus ojos que no puedo ver por el ala del
sombrero, pero que intuyo, por lo erguido de su rostro, su andar parsimonioso y
la cadencia de sus versos, átonos, libres, espontáneos y magníficos.
El Sr. Trudó, espera la tarde, bueno,
casi la noche. Ese momento álgido que los románticos adoran para que el rojo de
la tarde se pierda poco a poco entre las nubes o ante un Orto maravilloso que
nos engaña por la curvatura de la Tierra, para obsequiarnos un poquito más del
paisaje vespertino; del tal vez o quizás cuando oscurezca y se encuentre a sí
mismo, como la metáfora alada que se escabulle entre sus letras, en las páginas
de sus textos, los imposibles, los difamados y no aburridos por ser tan
infieles a la hora de caminar.
III
No
debo olvidar, como escritor, que un poeta no puede serlo sin poemas. Me es
sumamente difícil escribirle versos a un ser majestuoso, imponderable cuya
grandeza no está en la acumulación del dinero sino en las ideas, los versos,
las metáforas, esas que se vislumbran a su alrededor. Por tal motivo, si le he
de dar voz, debiera ser con una obra monumental, cuyo descifrar nos envuelva en
un manto de misterio. Ahora mismo esbozaré en la memoria algunas ideas mientras
lo veo caminar.
(“Volteó hacia mí, me observó
detenidamente, me congeló las palabras que le iba a sugerir. Levantó una mano a
la inmensidad del cielo y dijo:
—Tal vez la pluma cansada
de tatuar el alma
refleje
al fin
una especie rara del lenguaje;
busque el sonido
y no la sombra,
para emular entonces,
la terrible soledad de mi silencio”).
IV
Silencio… silencio… silencio…
Una lluvia pertinaz y el viento confundieron los
pasos perdidos, vacilantes, escuetos, lejanos; entonces, me llegó como un
chispazo, la idea loca de que algún día pudiese estudiar dramaturgia y
adquiriera los elementos para escribir una historia larga, larga, como una oda,
una fábula, un soliloquio, un gran poema que trascendiera mis palabras, que
llenara el espacio de un par de hojas y sólo entonces, empezaría por describir
al tal Sr. Trudó” (Beltrán. 2020. Tisandie, Ciudad desolada. P.
Roland Barthes. (XXX). Saber narrar. 31 de agosto de 2020, de Instituto Cervantes Sitio web: https://books.google.es/books?id=jm_hrsguYEUC&sitesec=buy&hl=es&source=gbs_buy_r
CREACIÓN NARRATIVA Y DRAMÁTICA - Blog Experto_ Creación narrativa y dramática 2 from IEU Online on Vimeo.
Guillermo Beltrán Villanueva. (2020). Tisandie Ciudad desolada. México: Sin Límites.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario