Guillermo Beltrán
Villanueva, autor
Aroma de presagios
Esta novela
representa la búsqueda permanente de la felicidad del ser humano, a través de
la observación, la reflexión y los sentidos; particularmente, del sentido del
olfato: Bálsamo de ausencias, Esencia de olvidos, Humor silencioso, Petricor, Almizcle
de albatros, Perfume de melancolía, Olor de su presencia, Exhalación del alma, Vaho
de mar, Hálito de esperanza, Incensario virtual…
Aromancia de
encuentros… inmersos en un suave Aroma de presagios. en una extraña significación ambigua y disímbola del hombre
nómada sedentario.
En el trayecto de su
vida, los aromas identifican cada estadio emocional y racional, cada olor o
hedor escudriña al subconsciente, al conocimiento subliminal que rige nuestras vidas
para guiarlo inconscientemente hacia la realidad. Es nuestra historia, tuya y
mía; viajero itinerante, trashumante por su propia existencia.
Cada uno de esas
aromas, esencias o perfumes sustrae del subconsciente un Moméntum que guía nuestras vidas. El olor nauseabundo de un
vendedor, un pedigüeño o un transeúnte de nuestra fila de espera, el perfume de
una flor nos transporta al olor del cuello del ser amado; el guiso picante que
hiere los cilios olfatorios y toca a la puerta de nuestra memoria; el aroma de
la canela en las gorditas de nata se mezcla con los recuerdos infantiles de la
miel de piloncillo sobre los buñuelos crujientes elaborados por Mamá; el humor
de los amantes y la trasgresión amatoria en la búsqueda del yo, nos remonta sin
querer a escribir la profecía que guiará nuestro proceder.
Todo eso nos obliga a
trashumar, inquirir, buscar y sin querer nos lleva a sedentar perentoriamente
nuestra nomadía, para convertirnos en viajeros estacionarios, sedentarios
chichimecas; migrantes.
¿Migrantes? Para los
fronterizos del norte de México, el vocablo se refiere a un sinnúmero de
personas, el término trasciende para identificar a los emigrados, visitantes,
indocumentados, trabajadores temporales, braceros, campesinos y, todos aquellos
que, habiendo nacido en el centro y sur del país o desde Centro y Sudamérica,
se han mudado al norte, a la frontera con Estados Unidos, un área próspera de
México pocas veces comprendida por las administraciones gubernamentales para
rescatar y enaltecer los valores culturales resultantes de la interacción
humana, comercial, social y creativa.
Generalmente el
término migrante se refiere al individuo indocumentado en el extranjero, que ha
sido deportado por no contar con permiso para permanecer en países como Estados
Unidos y, que al llegar a Tijuana la falta de servicios sociales o alguna
dependencia que se haga cargo de ellos,
deambulan por las calles en busca de oportunidades.
Migrantes, todos
somos Migrantes, puesto que vinimos de otras ciudades, regiones o países en
busca de oportunidades de vida para sí mismo y para nuestras familias. De esa
manera, alguna vez arribamos a esta región sur de Tisandìe, sí: Tijuana
San Diego, con decisión y espíritu de lucha y ante el reto que ello conlleva,
la comarca nos dio oportunidad de salir adelante.
Muchos de nosotros
aprovechamos la vecindad con el país limítrofe, familiarizados con las
costumbres, la cultura y las modas, así
como la comunicación bilingüe, para intentar emigrar legal o ilegalmente a los
Estados Unidos.
En ese esquema es
fácil mantener una relación muy íntima entre ciudades vecinas como las
existentes en la región Tijuana y San Diego, Ti San Dìe (Acento grave en
la “ì”). Circunstancia que nos permite interactuar familiarmente a nivel
social, cultural, político y laboral. Es común, coincidir en eventos
relacionados en las ciudades circunvecinas, hecho que nos mantiene unidos y en
constante interacción.
La línea divisoria y
sus respectivas aduanas, la frontera misma es una región que obliga a una
convivencia e interactividad permanentes,
ya sea como cliente, pasajero, vendedor, trabajador, empresario,
investigador, activista de los derechos humanos, prestador de servicios o
simplemente migrante.
Las anécdotas e
historias diarias, muchas de ellas consignadas en la memoria colectiva o
modificadas en el imaginario popular, son recordadas o soterradas en la
liviandad o en los hechos heroicos, que, de alguna manera, les dan cuerpo a las
leyendas urbanas, sin más mérito que la intención literaria.
Escribir al borde de la línea no es ajeno al quehacer fabuloso, basado en
sucesos verdaderos que llegaron a nuestros oídos por terceros o por narradores
de otras regiones, mezclados sus relatos
arbitrariamente por el autor sin más afán que la escritura de
ficción, apegada a la realidad de ser
fronterizos y que de alguna manera, esa
virtud nos involucra dentro de una sociedad pujante y decidida, y que nos
revela en mucho nuestro amor a la
tierra, a los valores y tradiciones y,
todo aquello, que nos da identidad
como migrantes sedentarios.
Al hojear los relatos
escritos bordeando la línea para integrarlos a la novela Aroma de Presagios, me hacían recapacitar en cada evento que me
tocó observar en esa tierra de nadie, llena de vendedores, pedigüeños,
policías, trashumantes, indígenas,
agentes aduanales, prestadores de servicios, vendedores de seguros, y
comidas, voceadores de periódicos, revistas y libros como don Eduardo Ayala y
como Pepe Nacho, conocido como el Tello, el vendedor de periódicos conocido
como el Manito, entre otros.
Mientras cruzaba veía
al transeúnte y viajero a los Estados Unidos comprar desde tortas, tamales,
sodas, hielitos, bolis de rompope,
alfarería, banderitas mexicanas y trajes tradicionales made in China,
tostilocos, vasitos de elote con queso Cotija, mangoneadas, café gourmet y
americano, empanadas rellenas de comida, coyotas de Sonora, Tortillas de
harina, docenas de 9 piezas de mini pan dulce, figuras de yeso y piñatas, en
esa fiesta de colores.
Donde es común observar a migrantes intentando
regresar a los Estados Unidos, país del cual fueron expulsados; restaurantes o
torterías en cuya clientela conviven polleros, aspirantes sin papeles,
policías, agentes de migración, guardias Betas y uno que otro mandadero quienes
vienen a comprar tacos, tortas y burritos para los agentes de migración
americanos.
En el personaje de
esta novela, cada uno de los olores llevados al cerebro tienta a la razón y al
recuerdo, a la posibilidad de intentarlo de nuevo, de forjar un final distinto
de nuestra existencia, donde nuestro afán volitivo cincelare un nuevo rumbo,
una nueva profecía que trasgreda a la esperanza, para hacerla realidad.
Historias
compartidas, recuerdos, comentarios, cuestionamientos, ideas y propuestas que
hacían más ameno el trayecto hasta el cruce fronterizo.
Los olores, los
recuerdos, el incidir con los perfumes y los sucesos subterráneos, incisivos, pero
profundamente decisivos en nuestro actuar, en nuestra capacidad de respuesta
para forjar el camino; todo ese conjunto de sensaciones que al percibirlas
conforman cada estrofa o párrafo un todo, una Aroma de Presagios.
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