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sábado, 28 de noviembre de 2020

El Iván

 Ejercicio de clase: Un relato, cuento, anécdota, pasaje dentros de las características del Realismo.

El Iván

Señor. ¡Renta usted un cuarto?

Lo vi y no me atreví a contestar. Sabía de sus intromisiones al viejo edificio de enfrente, abandonado desde que cerró el correo postal, su consumo de drogas y su mal vivencia.

Quiero recuperar mi vida, dejar las drogas, el robo, quiero bañarme, usar ropa limpia, devolver la vida que tuve cuando mis padres vivían.

Era  común escuchar durante la noche los pleitos verbales entre quienes como él salían del edificio alegando cualquier cosa, golpeando paredes, tumbando botes de la basura ante los gritos de los vecinos exigiendo silencio.  Hacían caso omiso a los reclamos.

Lo observé detenidamente. Algo quedaba de aquel muchacho que acompañaba a su padre a reparar o ejercer la construcción; se les consideraban los mejores losetero. Tenía tanto trabajo en el vecindario por lo que todos conocían al padre y al Iván. Muchacho taciturno que aspiraba vivir en los Estados Unidos, experimentar esa vida extraña para los latinos; le ayudaba a su padre un poco ajeno en pensamiento y acción por lo que constantemente su padre le regañaba.

Sí, Pa.

En realidad no le ponía atención.

Años después regresaba de esa aventura americana, donde sus sueños se convirtieron en pesadillas y la “maravillosa vida a la americana” fue muy diferente a como le contaron, se dio cuenta todo lo que enfrenta el trabajador mexicano que emigra, quien de ser un mexicano de clase media se convierte en un migrante hundido en la pobreza y sin alcanzar el mínimo derecho como ser humano. Acaso vuelto esclavo, inmerso en el consumismo que absorbe todo esfuerzo por lograr un estatus social, pero que es en realidad una forma sofisticada de  control, enajenamiento, pérdida de valores e identidad y costumbres del país de origen. 

Enfrentado ante la realidad que viven los migrantes en los Estados Unidos; sin oportunidad de estudiar, de  contar con servicios sociales, un hogar, un trabajo honesto, le fue fácil caer en la delincuencia, la obtención de dinero por medio del tráfico de drogas menores. Siempre de la mano y vigilancia de los poderosos, la Policía, la CÍA y la DEA, elementos que se pasean en los barrios bajos buscando sin encontrar, fieles a la máxima “dejar pasar” “dejar hacer”, saludando negros portentosos, con cadenas de oro de quilotes de peso, no de quilates, que los joroban y enorgullecen al paso mientras ruedan  por el vecindario sus enormes vehículos descapotados con los aditamentos más sofisticados capaces de reproducir imágenes virtuales sobre ellos de bailarines de Rap, Soul  Blues, Ragtime, Jazz, Góspel, House o el Hip Hop.

Iván inmerso en la fantasía americana y la facilidad del dinero se hizo adicto, el primer consumidor de su propia mercancía y deudor eterno ante sus proveedores. Lo llevaron preso en un intento de robo, terminando ahí su propio sueño. Ante la opción de pasarse la vida tras las rejas como le hicieron saber, decidió solicitar la expulsión del país norteamericano y terminar con esa aventura. Un guardia latino le contó sobre las políticas de las empresas que manejan los reclusorios del los Estados Unidos, consorcios prestanombres de políticos que reciben enormes cantidades de dinero por cada preso que resguardan, entre más tiempo permanezcan, más dinero para las compañías, por lo que  existen las consignas entre los guardias de ocasionar protestas, pleitos, toma de celdas, patios, enfermerías, comedores, por líderes con la orden de dejar crecer los choques, tomas de sitios, peleas y hasta asesinatos y proceder brutalmente. Ello resulta en extensiones de penas para mantener confinados a los presos más vulnerables, negros, asiáticos, mexicanos, centro y sudamericanos e indios originales de los Estados Unidos desterrados en sus propios territorios.

Mira, dijo, por eso estoy aquí, gracias a manuel, el guardia mexicoamericano que me contó en detalle lo que sucede en ese país gobernado por las corporaciones.

El Iván demostraba tener bastante información de ciertas cosas que no sabe el común de la gente. Lo que me contaba, si era una historia inventada tenía tanto sentido y verosimilitud que me sorprendía. Bien dicen que la realidad se sustenta desde cada ser humano, de su propia subjetividad. ¿Quién puede dudar de ello, después de ver la debacle en que nos llevan las pandemias que padecemos? Sí, la pandemia de salud, de desinformación, de la realidad virtual en un mundo enajenante; de la incredulidad por las teorías de conspiración que nos hacen dudar de la gran mortandad.

Ya tenía tiempo que rondaba por la calle. Algunas veces se acomedía a ayudarme en reparaciones de la casa y los cuartos que rento. De alguna manera abonaba a la idea de rentarle un cuarto. Conocía de todo, como su padre, de quien supe que los vecinos le requerían sus servicios. Si el señor no sabía reparar algo se empeñaba en aprender, desarmaba todo lo que le ponían en sus manos, lo hacía escribiendo en una vieja libreta para usarla de guía en la reconstrucción del artefacto, una vez sustituida la parte reparada o reinventada a partir de otros componentes, simulaba su funcionamiento, lo instalaba y entregaba al cliente. Satisfecho como lo demostraba la sonrisa dirigida al hijo quien le observaba detenidamente.

Así es como el Iván aprendió y sobrevivía ahora para sus vicios.

La Maggy me contó que cuando Iván regresó a la casa paterna la encontró vacía, saqueada, abandonada, en ruinas. Sus padres no resistieron su ausencia, su abandono. De pronto el anciano padre se marchitó, ya no tenía a quien transmitirle sus conocimientos, a ese hijo que era su propósito y motivo. Fueron años de sufrimiento que no resistió, ni su esposa abandonada a la suerte del jefe de familia de quien recibió una buena vida, si no de bonanza, sí de satisfacción plena como mujer, como ama de casa, madre y esposa cuidadora del padre e hijo. Todo ello desapareció al marchitarse la vida del anciano. De contar con lo más elemental al vacío absoluto de despensa, alumbrado, gas, agua, nada tenían. La mendicidad se apoderó de ellos. Pronto la caridad vecina se cansó y de su existencia vacía precedió la muerte de ambos en un cuarto oscuro cuyo mal olor en el vecindario les hizo allanar la vivienda encontrando a la pareja abandonada y sus cadáveres abrazados.

Hurgando entre los escombros Iván encontró la libreta de apuntes de su padre. Entre las manchas de humedad y hongos distinguió su nombre en la primera página y algunos rasgos que parecían decir: Para mi hijo Iván. En ese cuadernillo se alojaba la sabiduría de un hombre que soñó que su hijo convertiría en bienestar para sí mismo en base al trabajo honesto y dedicado.

—Ivan, te he visto drogado, borracho, vociferando, golpeando objetos de los vecinos, portones, autos, todo eso a media noche. Es claro que sigues mal. Mi negocio es rentar. No puedo fiar, ni permitir que no me paguen. De eso vivo. En estos días de pandemia dejé de cobrar tres meses para que salgan adelante mis inquilinos. Me han puesto en una situación precaria, pero puedo salir adelante. Los impuestos siguen igual, el gobierno actual argumenta que ayuda a la gente y sí lo hace, veo largas filas en el telégrafo de gente humilde y ancianos cobrando la ayuda, pero no perdona un solo centavo de impuestos. Entiendo que los necesita para ayudar a la gente humilde. Sé que el gobierno adelgaza la nómina, que se redujeron sueldos, pero falta mucho para que sea un gobierno social, incluyente, todavía la gente hace muchos sacrificios para sobrevivir.

Te daré ropa. Te permitiré bañarte en el cuarto del patio. Quiero ver que cambies, que te asees, la presentación es muy importante cuando buscas trabajo. La gente debe confiar en ti, que ya no robes para drogarte. La última vez te llevaste parte de mi herramienta. Sí, recuerdo que lo aceptaste y prometiste compensarme su valor con trabajo.

¿Entonces, ¿me va a rentar un cuarto?

—No.

FIN

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