Ejercicio de clase: Un relato, cuento, anécdota, pasaje dentros de las características del Realismo.
El Iván
—Señor. ¡Renta usted un cuarto?
Lo vi y no me atreví a contestar. Sabía de sus intromisiones al viejo
edificio de enfrente, abandonado desde que cerró el correo postal, su consumo
de drogas y su mal vivencia.
—Quiero recuperar mi vida, dejar las drogas, el robo, quiero bañarme,
usar ropa limpia, devolver la vida que tuve cuando mis padres vivían.
Era común escuchar durante la
noche los pleitos verbales entre quienes como él salían del edificio alegando cualquier
cosa, golpeando paredes, tumbando botes de la basura ante los gritos de los
vecinos exigiendo silencio. Hacían caso
omiso a los reclamos.
Lo observé detenidamente. Algo quedaba de aquel muchacho que acompañaba
a su padre a reparar o ejercer la construcción; se les consideraban los mejores
losetero. Tenía tanto trabajo en el vecindario por lo que todos conocían
al padre y al Iván. Muchacho taciturno que aspiraba vivir en los Estados Unidos,
experimentar esa vida extraña para los latinos; le ayudaba a su padre un poco
ajeno en pensamiento y acción por lo que constantemente su padre le regañaba.
—Sí, Pa.
En realidad no le ponía atención.
Años después regresaba de esa aventura americana, donde sus sueños se convirtieron
en pesadillas y la “maravillosa vida a la americana” fue muy diferente a
como le contaron, se dio cuenta todo lo que enfrenta el trabajador mexicano que
emigra, quien de ser un mexicano de clase media se convierte en un migrante hundido
en la pobreza y sin alcanzar el mínimo derecho como ser humano. Acaso vuelto
esclavo, inmerso en el consumismo que absorbe todo esfuerzo por lograr un
estatus social, pero que es en realidad una forma sofisticada de control, enajenamiento, pérdida de valores e
identidad y costumbres del país de origen.
Enfrentado ante la realidad que viven los migrantes en los Estados
Unidos; sin oportunidad de estudiar, de
contar con servicios sociales, un hogar, un trabajo honesto, le fue
fácil caer en la delincuencia, la obtención de dinero por medio del tráfico de
drogas menores. Siempre de la mano y vigilancia de los poderosos, la Policía,
la CÍA y la DEA, elementos que se pasean en los barrios bajos buscando sin
encontrar, fieles a la máxima “dejar pasar” “dejar hacer”, saludando negros
portentosos, con cadenas de oro de quilotes de peso, no de quilates, que los joroban
y enorgullecen al paso mientras ruedan
por el vecindario sus enormes vehículos descapotados con los aditamentos
más sofisticados capaces de reproducir imágenes virtuales sobre ellos de bailarines
de Rap, Soul Blues, Ragtime, Jazz, Góspel,
House o el Hip Hop.
Iván inmerso en la fantasía americana y la facilidad del dinero se hizo
adicto, el primer consumidor de su propia mercancía y deudor eterno ante sus
proveedores. Lo llevaron preso en un intento de robo, terminando ahí su propio
sueño. Ante la opción de pasarse la vida tras las rejas como le hicieron saber,
decidió solicitar la expulsión del país norteamericano y terminar con esa
aventura. Un guardia latino le contó sobre las políticas de las empresas que
manejan los reclusorios del los Estados Unidos, consorcios prestanombres de
políticos que reciben enormes cantidades de dinero por cada preso que
resguardan, entre más tiempo permanezcan, más dinero para las compañías, por lo
que existen las consignas entre los
guardias de ocasionar protestas, pleitos, toma de celdas, patios, enfermerías,
comedores, por líderes con la orden de dejar crecer los choques, tomas de
sitios, peleas y hasta asesinatos y proceder brutalmente. Ello resulta en extensiones
de penas para mantener confinados a los presos más vulnerables, negros,
asiáticos, mexicanos, centro y sudamericanos e indios originales de los Estados
Unidos desterrados en sus propios territorios.
—Mira, dijo, por eso estoy aquí, gracias a manuel, el guardia
mexicoamericano que me contó en detalle lo que sucede en ese país gobernado por
las corporaciones.
El Iván demostraba tener bastante información de ciertas cosas que no
sabe el común de la gente. Lo que me contaba, si era una historia inventada
tenía tanto sentido y verosimilitud que me sorprendía. Bien dicen que la
realidad se sustenta desde cada ser humano, de su propia subjetividad. ¿Quién
puede dudar de ello, después de ver la debacle en que nos llevan las pandemias
que padecemos? Sí, la pandemia de salud, de desinformación, de la realidad virtual
en un mundo enajenante; de la incredulidad por las teorías de conspiración que
nos hacen dudar de la gran mortandad.
Ya tenía tiempo que rondaba por la calle. Algunas veces se acomedía a ayudarme
en reparaciones de la casa y los cuartos que rento. De alguna manera abonaba a
la idea de rentarle un cuarto. Conocía de todo, como su padre, de quien supe
que los vecinos le requerían sus servicios. Si el señor no sabía reparar algo
se empeñaba en aprender, desarmaba todo lo que le ponían en sus manos, lo hacía
escribiendo en una vieja libreta para usarla de guía en la reconstrucción del artefacto,
una vez sustituida la parte reparada o reinventada a partir de otros
componentes, simulaba su funcionamiento, lo instalaba y entregaba al cliente. Satisfecho
como lo demostraba la sonrisa dirigida al hijo quien le observaba
detenidamente.
Así es como el Iván aprendió y sobrevivía ahora para sus vicios.
La Maggy me contó que cuando Iván regresó a la casa paterna la encontró
vacía, saqueada, abandonada, en ruinas. Sus padres no resistieron su ausencia, su
abandono. De pronto el anciano padre se marchitó, ya no tenía a quien
transmitirle sus conocimientos, a ese hijo que era su propósito y motivo.
Fueron años de sufrimiento que no resistió, ni su esposa abandonada a la suerte
del jefe de familia de quien recibió una buena vida, si no de bonanza, sí de
satisfacción plena como mujer, como ama de casa, madre y esposa cuidadora del
padre e hijo. Todo ello desapareció al marchitarse la vida del anciano. De contar
con lo más elemental al vacío absoluto de despensa, alumbrado, gas, agua, nada
tenían. La mendicidad se apoderó de ellos. Pronto la caridad vecina se cansó y de
su existencia vacía precedió la muerte de ambos en un cuarto oscuro cuyo mal
olor en el vecindario les hizo allanar la vivienda encontrando a la pareja abandonada
y sus cadáveres abrazados.
Hurgando entre los escombros Iván encontró la libreta de apuntes de su
padre. Entre las manchas de humedad y hongos distinguió su nombre en la primera
página y algunos rasgos que parecían decir: Para mi hijo Iván. En ese
cuadernillo se alojaba la sabiduría de un hombre que soñó que su hijo convertiría
en bienestar para sí mismo en base al trabajo honesto y dedicado.
—Ivan, te he visto drogado, borracho, vociferando, golpeando objetos de
los vecinos, portones, autos, todo eso a media noche. Es claro que sigues mal.
Mi negocio es rentar. No puedo fiar, ni permitir que no me paguen. De eso vivo.
En estos días de pandemia dejé de cobrar tres meses para que salgan adelante mis
inquilinos. Me han puesto en una situación precaria, pero puedo salir adelante.
Los impuestos siguen igual, el gobierno actual argumenta que ayuda a la gente y
sí lo hace, veo largas filas en el telégrafo de gente humilde y ancianos
cobrando la ayuda, pero no perdona un solo centavo de impuestos. Entiendo que
los necesita para ayudar a la gente humilde. Sé que el gobierno adelgaza la
nómina, que se redujeron sueldos, pero falta mucho para que sea un gobierno social,
incluyente, todavía la gente hace muchos sacrificios para sobrevivir.
Te daré ropa. Te permitiré bañarte en el cuarto del patio. Quiero ver
que cambies, que te asees, la presentación es muy importante cuando buscas
trabajo. La gente debe confiar en ti, que ya no robes para drogarte. La última vez
te llevaste parte de mi herramienta. Sí, recuerdo que lo aceptaste y prometiste
compensarme su valor con trabajo.
¿Entonces,
¿me va a rentar un cuarto?
—No.
FIN
No hay comentarios.:
Publicar un comentario