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martes, 1 de septiembre de 2020

El goce de leer y asistir a obras dramáticas

 


¿Qué aprendizajes se obtienen al leer o asistir a la puesta en escena de obras Dramáticas?

He leído novelas, poemarios, cuentos, toda clase de textos, pero hay algo al que le he estado rehuyendo durante mi vida, la dramaturgia. Y no es por desconocer el tema, sino porque, si apenas sobrevivo a los poemas amorosos quasi dramáticos, tristes. ¿Qué podría hacer mi corazón débil ante tanta profundidad con que se toman los avatares de la vida a través del teatro?

De por sí las experiencias extraordinarias que he tenido al ver obras de Hamlet Rubio, Pedro López Solís, Rosina Conde, Ursula Tania, Ignacio Flores de la Lama, al maestro Edu Calleros con su Sr. Trudó,  me han dejado una grata impresión, algo inolvidable, un mundo fantástico lleno de espiritualidad y amor a la vida. 

Brownie, Cría cuervos, En esta esquina, La casa de Bernarda Alba, El Sr. Trudó. Obras señeras representadas, algunas escritas otras en colaboración, pero el haber asistido a su representación ha sido inolvidable.

Por tal razón esta materia la he tomado con cierto temor, pero con gran curiosidad. Tal vez sea, al fin, el conocimiento que necesito para llegar con mis textos a la profundidad del alma de oyente, del espectador, del lector o del común de las personas.

No sé cómo he superado las emociones que me han causado hasta aquí los temas y ejercicios para escudriñar cada tema y tomar de ellos, a manera de imitación las formas, las emociones, para, enseguida, abstraer y compenetrar mi intento de escritor y mejorar todo lo que he escrito, sin llegar a lo burdo, al ridículo o a la imitación fútil.

Retomando lo que plantea la Poética Aristotélica, escribe un cuento breve.

He tomado un viejo cuento, un ser inextricable, El Sr. Trudó,  que retomo cada tanto tiempo, cuando mi estado emocional lo exige para intentar la catarsis en lo que se ha convertido la escritura. Hoy, con los elementos de la dramaturgia.

El Sr. Trudó ha sido impregnado por su propio drama, por su acto creativo y su sufrimiento,  la del poeta que apenas sobrevive físicamente, pero que, a través de su obra, emerge con más poderío, con la fuerza de que es capaz de resurgir energizado por su poesía.

El vendedor de poemas

Se me acercó, enjuto, esforzando la mirada hacia el nivel de mis ojos; su rostro quijotesco reflejaba una miseria alimentaria de mucho tiempo. Masticaba estruendoso un mendrugo cuyo bocado lo paseaba por las encías sin muelas de ambos lados de su quijada.

—¿Renta usted un cuarto?

No deseaba caer en los mismos errores de alquilar habitaciones a personas que al final de cuentas no pagan sus adeudos dada su situación económica o simplemente porque no consideran una prioridad la de tener un lugar seguro convertido en hogar para el resto de sus vidas.

Agachó la mirada obligado por el arco vencido de su espalda; su respiración forzada tomó un nuevo suspiro y se apoyó con fuerza en un tronco de rama de árbol convertida en bastón.

Lo observé y sentí una enorme conmiseración, respeto y reconocimiento a su larga vida de luchas, de metas logradas de esas que no llenan bolsillos, pero alborozan el alma y acorazan el espíritu.

Traía una bolsa de mercado con diversos objetos y ceñido el brazo con su torso un legajo de hojas desleídas escritas a máquina, en el pecho colgaba un anuncio manchado de restos de bebidas y alimentos:

SE HACEN POEMAS A LA ORDEN:

DE AMOR Y DESAMOR

DESENGAÑOS

TRISTEZA Y

VALENTÍA

—Me dicen el Sr. Trudó, espetó.       


[con voz lánguida y profunda]

Me parecía haber escuchado ese nombre. De momento no recordaba dónde. Tal vez en el caminar de la vida, como a veces sucede se encuentra uno a diversas personas que van enmarañando el trajinar del mundo; el movimiento laberíntico donde se esconden las ideas y pernoctan insalubres la avaricia y la acumulación y le priva al hombre toda probabilidad de ser. 

Estuve a punto de pedirle un ejemplar, una de tantas hojas sucias y arrugadas que semejaban legajos del alma, baladas dispersas, cantos de amor y de tristeza. Por respeto a su alta investidura preferí mostrarle el cuarto desocupado al filo de la banqueta.

Pronto se convirtió en mi vecino de abajo, al que diario observaba desde el segundo piso, cuando cerraba su cuarto para ir a ofrecer su trabajo lírico, esparcir sonrisas, soluciones amorosas y consuelo; dibujos de corazones y parejas en comunión; y, sobre todo, la esperanza de que la poesía salida de su corazón sería el aliento que muchos necesitamos para sobrevivir en este mundo de violencia, materialismo y convertirlo en un acercamiento a nuestro propio ser espiritual para trascender.

II

Empezaría por describir al tal Trudó. Un hombre indescriptible partiendo de la idea que tal vez nació de la imaginación. Pero no, ese tal vez no es posible cuando uno despierta con la agradable sensación y cosquilleo en los dedos por oprimir a gran velocidad cada letra y signo del teclado de la computadora. No es fácil, suponiendo sin conceder, que me gana el entusiasmo y me obnubila la razón mis largos dedos trabados y acostumbrados a perseguir en cada extremo de las líneas de las teclas de doble signo; los acentos y grafías olvidadas programadas como atajos si fuera necesario, con tan sólo tres de ellos en cada mano, sin técnica definida, nada más con las ganas de escribir, pensar, crear y perseguir cada idea y el reto de no olvidar cada frase, oración e ideas desgarbadas sin ton ni son.

Debería decir, acaso, que ese tal Trudó, enigmático, taciturno, fantasmal, de quien tan sólo observo su sombrero desde mi ventana del segundo piso; a quién detecto a través de sus pasos en la acera, su traspiés cada quinto paso, como si le fuera la vida en cada trecho y, luchara y se esforzara por salir del letargo de su andar, cansado y taciturno; como si en los hombros llevara a cuestas cada verso y prosodia del poema desgastado de su vida. O quizás nada más sea el esfuerzo consuetudinario de encontrarse para dejar de emular cuanta corriente, grupo, influencia, istmo o, el cadáver del poeta fronterizo, nororiental o citadino que todos imitamos; vanagloriarse y esclavizarse con su supuesto estilo; accidentado, mullido, desencantado y no logrado, pero que las masas, huérfanas de héroes fallidos lo han ubicado como escritor de una erudición insultante.

El gran Trudó, como yo lo imagino, pues el punto de vista me confunde al grado de que su gran sombrero esconde su cuerpo, cuello y testa y apenas logro ver sus zapatos desgastados y sucios; inclinados hacia los lados, como si pisara espinas y para evitar lastimarse los arcos interiores… No, creo que alucino. Qué tal si es un caballero de a caballo y la curvatura de sus piernas son resultado del lomo del corcel, del trote diluido por el viento, atravesando la enorme Pampa, con la mirada penetrante hacia el ocaso; el deseo insatisfecho de la amada o la imagen desbordante de la metáfora que se escabulle en sus ideas.

No puedo olvidar aquella tarde de lluvia y frío, cuando escuché el ya conocido caminar del Sr. Trudó, pegado a la pared de mi casa, maldiciendo las goteras y las primeras lluvias de un techo deslavado de mierdas felinas y de palomas; me sentí culpable. Busqué las canaletas que nunca puse, los tubos de bajada que harían más noble el excremento diluido por la acera, recorriendo sus suelas perforadas; impregnando sus destrozados calcetines con miasma líquido y el olor a café difuminado por la brisa.

No he dejado de pensar en el Sr. Trudó y la fortuna que tuve de sospecharlo desde la primera vez que me llamaron la atención sus pasos vacilantes, su tac-tac discordante y su poemario cerebral que dibujaba su mirada, la de sus ojos que no puedo ver por el ala del sombrero, pero que intuyo, por lo erguido de su rostro, su andar parsimonioso y la cadencia de sus versos, átonos, libres, espontáneos y magníficos.

El Sr. Trudó, espera la tarde, bueno, casi la noche. Ese momento álgido que los románticos adoran para que el rojo de la tarde se pierda poco a poco entre las nubes o ante un Orto maravilloso que nos engaña por la curvatura de la Tierra, para obsequiarnos un poquito más del paisaje vespertino; del tal vez o quizás cuando oscurezca y se encuentre a sí mismo, como la metáfora alada que se escabulle entre sus letras, en las páginas de sus textos, los imposibles, los difamados y no aburridos por ser tan infieles a la hora de caminar.

 

III

No debo olvidar, como escritor, que un poeta no puede serlo sin poemas. Me es sumamente difícil escribirle versos a un ser majestuoso, imponderable cuya grandeza no está en la acumulación del dinero sino en las ideas, los versos, las metáforas, esas que se vislumbran a su alrededor. Por tal motivo, si le he de dar voz, debiera ser con una obra monumental, cuyo descifrar nos envuelva en un manto de misterio. Ahora mismo esbozaré en la memoria algunas ideas mientras lo veo caminar.

(“Volteó hacia mí, me observó detenidamente, me congeló las palabras que le iba a sugerir. Levantó una mano a la inmensidad del cielo y dijo:

 

—Tal vez la pluma cansada

de tatuar el alma

refleje al fin

una especie rara del lenguaje;

busque el sonido

 y no la sombra,

 para emular entonces,

la terrible soledad de mi silencio”).

IV

Silencio… silencio… silencio…

Una lluvia pertinaz y el viento confundieron los pasos perdidos, vacilantes, escuetos, lejanos; entonces, me llegó como un chispazo, la idea loca de que algún día pudiese estudiar dramaturgia y adquiriera los elementos para escribir una historia larga, larga, como una oda, una fábula, un soliloquio, un gran poema que trascendiera mis palabras, que llenara el espacio de un par de hojas y sólo entonces, empezaría por describir al tal Sr. Trudó” (Beltrán. 2020. Tisandie, Ciudad desolada. P.

 Referencias

Roland Barthes. (XXX). Saber narrar. 31 de agosto de 2020, de Instituto Cervantes Sitio web: https://books.google.es/books?id=jm_hrsguYEUC&sitesec=buy&hl=es&source=gbs_buy_r

CREACIÓN NARRATIVA Y DRAMÁTICA - Blog Experto_ Creación narrativa y dramática 2 from IEU Online on Vimeo.

Guillermo Beltrán Villanueva. (2020). Tisandie Ciudad desolada. México: Sin Límites.



domingo, 23 de agosto de 2020

El goce de la lectura

 

¿Cuáles son los efectos que producen en los receptores las lecturas de cuentos y novelas?

Existen muchas teorías respecto a este tema por lo que no es fácil generalizar. Ambos géneros tienen elementos comunes, pero también otros particulares que los hace diferentes.

Cada lector es distinto, depende de sus gustos, comprensión y capacidad de asombro para percibir e imaginar ese goce lector; esa fascinación por el conocimiento, las posibilidades del hombre, la transfiguración del lector en coautor.

En la lectura de un cuento por su brevedad respecto a la novela se busca una lectura rápida,  que sea concisa y nos expongan de manera precisa el argumento, que esté bien estructurado y que podamos percibir el goce estético que ofrece la historia. Deseamos un final, sorpresivo, y que el goce conque continuamos leyendo llegue a su máxima expresión en nosotros mismos.

Muchas veces no los entendemos a la primera lectura, con mayor razón los cuentos contemporáneos que sin perder su propósito, cada vez son más atrevidos en sus formas, temas y transposición de sus elementos.

De las novelas esperamos el mismo goce, pero debemos estar preparados para lo extenso de su contenido percibir la idea de cada apartado, sean estos los capítulos, tiempos, espacios y personajes cuya descripción los separa en apartados distintos para el desarrollo de cada uno.

Sin duda el reto más grande es el poder receptivo de cada lector para memorizar de la mejor manera posible esos apartados y nos permitan entender el final de la novela.

Sentimientos y capacidad de comprensión; sentidos representados en cada pasaje; sentimientos de odio, rencor, desprecio y amor, no nada más entre los personajes sino lo que a los lectores nos afecta y nos permite aflorar mientras leemos. Capacidad de comprensión para analizarlos, meternos en los personajes y desde nuestra perspectiva, educación, sentido común, idiosincrasia valorar desde ese conjunto de ideas el mensaje, la trama, la verosimilitud, la posibilidad de ser real o no.

El estímulo que percibimos a través de los sentidos: el olfato de esas llanuras rebosantes de vida o en declinación otoñal; esos espacios llenos de personas o en la más recóndita soledad y misterio; el olor de los humores, de los mares y ríos, del aire fresco que parece llenar nuestros pulmones; o, en su defecto, los hedores pútridos del bajo mundo, del subterráneo lleno de seres abandonados y miserables; el olor a miedo o el olor a temor que transforma hasta nuestra sudoración como si estuviésemos en el ambiente narrado. Olores que influyen en nuestros sentimientos mientras leemos.

Imaginemos durante el tiempo de lectura. Lo primero que surge son los estímulos, el tacto, el olor, y lo visual. Nos transportamos a un plano diferente del que estamos, viajamos con los personajes, con el narrador, nos trasformamos en lectores omniscientes y tratamos de conjeturas finales. Avanza el tiempo de lectura y esos efectos se acentúan, incluso te lleva a un estado mental de alucinaciones auditivas y visuales; escuchamos como si fuésemos personajes indistintos, caminamos de la mano de ellos.

Imaginemos cada uno de nuestros sentidos además del mencionado, la vista y su capacidad de percepción de los colores, de su significación subliminal, los sentimientos que revive en cada uno de nosotros. Los sonidos de las aves o el ser más monstruoso, tal como la música de fondo que percibimos en las películas, pero que para nosotros, esa música nos es propia, de nuestra invención para entender lo descrito en el cuento o novela.

¿Quién no ha percibido esos caminos umbrosos del cuento Continuidad en los parques de Julio Cortazar? El asombro de que finalmente el personaje seamos uno de nosotros como lector. El miedo si no aterrado, si incomodado con El cuervo de Allan Poe, escrito magistralmente en prosa poética. El gato negro que nos obligan a buscar entre nuestras culpas y angustias. Y no nada más miedo, terror o consideración por el personaje sino por el autor de quien conocida su vida vemos en el personaje su Alter Ego o el nuestro.

Funes el memorioso, maravilloso cuento de Jorge Luis Borges a quien vamos develando poco a poco como el propio personaje y su futura ceguera física, pero con una visión maravillosa y comprensión de la literatura como lo demuestra en sus   ensayos clásicos: El libro, leídos de memoria en la Universidad de Belgrano por el mismo autor con una lectura mental impecable.

La fascinación por lo Real Maravilloso, en los textos de Alejo Carpentier; el Realismo Mágico de Juan Rulfo y la brevedad de su novela tan enorme en su significado como libros ecuménicos de gran valía y extensión.

La lectura aterradora de Farabeuf de Salvador Elizondo, lo que sientes mientras lo lees; goce, asombro, terror ante las costumbres chinas de desollar a una persona de tal manera que ya casi en los huesos, no muere, solamente sufre y nosotros con él; ese sadomasoquismo a que nos lleva la historia de la cual se escapan los sentimientos de impiedad, se adueña de nuestra sensibilidad y nos hace temblar el corazón.

Para un lector consumado esas alucinaciones nos transportan a otra dimensión, nos entusiasmamos, nos desorientan al vernos físicamente mientras que mentalmente nos trasladamos a otros planos. Imaginen la actividad neuronal, podemos llorar, reír y caer en la adición de la lectura, nos sentimos en un círculo virtuoso.

¿Qué nos regala la lectura de ese cuento, de esa novela?: aprendizaje, conocimiento y curiosidad intelectual.

Yo me pregunto: ¿Qué me regaló a mí la primera lectura? María de Jorge Isaac mientras escuchaba 1812 de Chaikovski, a los 19 años con la mínima educación: Mi amor por la música, por nuestra América y mi afán de estudiar, lograr una maestría y más.

Gracias.

El microrrelato

 El microrrelato

Una Síntesis

El microrrelato se ha convertido en un fenómeno general, es la tendencia de la estética del siglo:

La brevedad; la anulación de énfasis; la supresión de la redundancia supera algunas características remanentes del arte del siglo XIX.

Ideas sobre sus orígenes e historia

El modernismo con Darío, Julio Torri, Leopoldo Lugones, la Vanguardia con Vicente Huidobro. Algunas construcciones de Julio Garmendia. Arqueles vela, Macedonio Fernández.

Hasta el presente hay una continuidad innegable.

Sin embargo no se considera que esté vinculada la tendencia actual a escribirlos con el posmodernismo o con los intelectuales.

Casi un siglo desde el modernismo, las vanguardias y el posmodernismo.

En los estudios se intenta encontrar la estética en su construcción, establecer características frente a otros textos y distinguirlos sobre esas bases, modalidades y subtipos.

La brevedad si es un rasgo importante e indispensable. También existe una estética transgenérica una especie de hibridación o descentramiento de géneros.

Entre los críticos existen diversas actitudes frente al texto.  Para algunos es importante la estética narrativista, no todos los textos verso o prosa son microrrelatos pueden ser cuentos brevísimos, cuentos en miniatura, minificciones.

El investigador primero analiza de una manera heterogénea y después hace un análisis más homogéneo.  De esa manera se resume.

 

Franz Kafka practicó el microrrelato,  que además de ser muy corto, este refleja una crisis de una época entre guerras, cuánta significación y simbolismo de una sociedad que ha perdido el espacio seguro de su entorno familiar y comunitario desaparecido por la destrucción. Tal vez una búsqueda de ese pájaro que desea liberarse de una sociedad corrompida y explotadora y la propia sociedad se transforma en esa jaula donde lo subyuga y lo convierte en un insecto como lo amplifica el autor en Metamorfosis. Con esto quiero decir que los cuentos ya no tienen un fin único para entretener o educar moralmente. Kafka escribió:

Aforismo

Franz Kafka

 

"Una jaula salió en busca de un pájaro"

 

(Ein Käfíg ging einen Vogel suchen), dice Kafka en la colección de aforismos titulado "Consideraciones sobre el pecado, el dolor, la esperanza y el camino verdadero". (Ephick L. 2006. P. 1).

En la literatura hispanoamericana sobresale el microrrelato del guatemalteco Augusto Monterroso.

 

 “El dinosaurio

Augusto Monterroso.

 

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. (Monterroso. 1981. P X).

 

“El hecho es que nadie vio mejor que Tito los límites del cuento, y lo que siempre le atrajo de ese género fue exactamente que pudo ver sus confines. Por eso nunca acató leyes genéricas, y ya desde Obras completas” (y otros cuentos) (1959) se nota su genial desobediencia respecto a las reglas de las formas literarias”. (Corral. 2003. P. X).

 

En los últimos años, el relato hiperbreve, también conocido como nanorrelato, ha ido cogiendo mucho peso con el surgimiento de las nuevas tecnologías y la multiplicación de las antologías de relatos.

Se trata de un formato literario que se adecua especialmente al universo de la telefonía móvil y de las redes sociales. El caso de Twitter no puede eludirse. Con él se han multiplicado los concursos de relatos hiperbreves con esa extensión máxima de 140 caracteres (o una simple frase).

 

“El emigrante

Luis Felipe Lornelí

-¿Olvida usted algo? – Ojalá.”

 

Ambos textos se caracterizan por la elección oportuna del tiempo gramatical, una estructura sintáctica equilibrada, una ambigüedad semántica que aporta intriga a la corta trama, y sobre todo, el hecho de poder ser integrados a un texto más amplio (tanto como frase de inicio o de fin).

Estos dos cuentos breves son de los más conocidos en la lengua española pero considerarlos como los más cortos del mundo no es acertado ya que esto supondría ignorar la existencia de miles de otros relatos hiperbreves de autores menos conocidos, disponibles ahora en la web y en algunas antologías especializadas.

Expuesto este dilema de extensión, algunos lectores se preguntarán –con mucha razón–: ¿Cuáles son los elementos necesarios para que una sucesión de palabras pueda considerarse un cuento hiperbreve? ¿Una sola palabra puede ser un cuento? ¿Es necesario reproducir la tradicional estructura de sujeto, verbo y complemento?

Realmente no existe una respuesta clara. El relato hiperbreve no responde a una definición estricta y, por ese motivo, es posible concebir un cuento de una sola palabra como

 

“Deserción”.

 

 

Mar

Guillermo Beltrán Villanueva

“¡—Oh, Mar, dador de vida!” —¡¡¿BRUMMM!!!?


(Beltrán. 2018. Relatos Escombristas. P. 20).

Alas

Enrique Anderson Imbert 

“Yo ejercía entonces la medicina en Humahuaca. Un tarde me trajeron un niño descalabrado; se había caído por el precipicio de un cerro. Cuando para revisarlo le quité el poncho vi dos alas. Las examiné: estaban sanas. Apenas el niño pudo hablar le pregunté:

 

-¿Por qué no volaste, m’hijo, al sentirte caer?

 

-¿Volar? -me dijo- ¿Volar, para que la gente se ría de mí?

Enrique Anderson Imbert

 

 

Gran ciudad

Inés Aráoz.

He visto, al fin, una gran ciudad: voraz, tormentosa, amante terrible. He visto al hombre desnudo en ella, atosigado, criminal, cerniéndose sobre otros, chirriando dientes, adosado a sus paredes, monumentos, espiando en las iglesias vacías. Y este tumulto, sin embargo? Qué llevan todos en sus miradas que los une, que los compacta contra el tiempo o los latigazos de la tormenta? Cómo es posible que no giren como plumas en el vendaval? Atornillados a raíces, sus suelas adheridas a la brea. Oh! Es apenas una hebra de acomodo espiritual lo que los preserva. Y ese hombre desnudo, catástrofe, el desencajado, ese llamado Gran Ciudad u Horror, el más limpio, el que no entendía el llamado de los otros, el que perdió la silla en el juego, el último, el primero, el que masticaba las preguntas, ese a quien todos hubieran adorado como al Ángel si no hubiera sido pérdida de tiempo, soltar la hebra bendita y por todos glorificada; ese que se paseó desnudo ante los escaparates y las tiendas, ese, después de todo, era el des-tinado a las furiosas descargas, al colorido, al escándalo de los elementos. La multitud, al atisbarlo, se horrorizaba y cambiaba el rumbo: desorden! desorden! Ese hombre era el desorden de sus vidas. Oh! Qué puede un hombre solo, realmente solo, sino abrirse las entrañas y contemplar en ellas, aturdido, las magnificencias, las matanzas, el eterno abismo y sobre todo, esa apenas hebra que cohesiona a la gran ciudad. (Inés Aráoz.).

 

 

 

“El susto

Julio Ardiles Gray

 

Desde ese día comencé a mirar a mi madre con otros ojos.

También a menudo, me miraba en el espejo.

Era verdad, era moreno. Mi hermano, en cambio, era rubio y tenía los ojos azules.

-Ya verás cuando vengan los gitanos- me decía.

Y todas las noches yo rezaba para que no vinieran.

Sí. Miraba a mi madre con angustia. Porque ésa era la madre que me gustaba y no podía vivir sin ella.

Por eso, tenía miedo (de) que lo que decía mi hermano fuera verdad.

Rondaba alrededor de ella en silencio y la miraba largamente, como si esperase que pronto fuera a

desaparecer en el aire reemplazada por otra madre morena, por una gitana de gran pollera de colores,

con aros, prendedores, dijes, zarcillos de cobre y abalorios baratos.

De noche, cuando nos apagaban la luz, me quedaba con los ojos abiertos pensando. Sentía que mi

hermano me vigilaba y a veces me parece que se reía.

Constantemente me vigilaba, y varias veces me sorprendió en los instantes que hacía cariños de lejos a

aquella que hasta hace poco había querido con inocencia.

Y ella no se daba cuenta de mi angustia y circulaba, como siempre entre las cosas envueltas por mi

acongojada ternura.

Esa mañana no pude más y corrí a refugiarme en su regazo, gritando:

No... No quiero que me lleven... No me importa.

Ella dejó de conversar con la gitana vieja que cerraba el ojo izquierdo para defenderse del humo de un

cigarrillo que hacía bailar al costado de la boca.

Ella me separó con fuerza pero con cariño y me preguntó entre sonriente y sorprendida:

-¿Qué dices?

-Qué no quiero irme con ella- dije ahogado por los sollozos y aferrándome a su gran batón floreado.

Y cuando me apretó contra su regazo sentí como si me hundiera en un pozo dulce y profundo.

Al despertarme lo primero que vi fue la cara angustiada de mi hermano y la mano de ella. En la habitación

había un fuerte olor a Agua de Colonia.

-¿Cuándo me llevan?- pregunté con hilo de voz.

-Nunca- me respondió muy bajito.

Entonces me di cuenta de que ella tenía los ojos enrojecidos.

Mi hermano, en cambio, ponía cara de penitencia.

-Me han dejado sin postre por dos meses- balbuceó entre “falsos pucheros”

Me senté en la cama.

- ¿Entonces no es cierto!-grité.

-Mi madre me abrazó con fuerza y comenzó como a acunarme.

-La pobre gitana vino a venderme una paila de cobre- sentí que me decía.

Pero yo no podía hacer nada más que abrazarla, reír convulsivamente y sollozar. De pronto, por sobre el

hombro de mi madre, miré a mi hermano. Me hizo un guiño. Nunca pude saber si era de complicidad o de

cruel sabiduría. (Julio Ardiles Gray).

 

“¿Quiere ser usted diputado?”

 Roberto Arlt

 

Si usted quiere ser diputado, no hable en favor de las remolachas, del petróleo, del trigo, del impuesto a la renta; no hable de fidelidad a la Constitución, al país; no hable de defensa del obrero, del empleado y del niño. No; si usted quiere ser diputado, exclame por todas partes: 

–Soy un ladrón, he robado... he robado todo lo que he podido y siempre.

Artl. P. 36

Ficha técnica

Título: Aguafuertes | Autor: Roberto Arlt | Prólogo: Toni Montesinos | Editorial: Hermida Editores | Colección: El Jardín de Epicuro - No Ficción | Presentación: Rústica | Formato: 14 x 21,5 cm. | Páginas: 546 | ISBN: 9788494360657   | Precio: 21,95 euros

'Aguafuertes'

Aguafuertes porteñas

Roberto Arlt

HERMIDA EDITORES

Entre febrero de 1935 y julio de 1936, Roberto Arlt publicaría en el diario porteño El Mundo, en el que colaboraba desde 1928, y

 http://www.elboomeran.com/obra/2916/aguafuertes/

 

Adolfo Bioy Cáceres Autor próximo a las modalidades de escritura de Borges microrrelatos Retrato. La vida para los jóvenes Gran Final, Para un tesoro de sabiduría popular, La francesa, de Guimalda con amores. 1959, las vísperas de Fausto de Historia prodigiosa.

 

https://narrativabreve.com/2013/11/cuento-adolfo-bioy-casares-postrimerias.html

Postrimerías

Adolfo Bioy Casares

 

Cuando entró en el edificio, buscó las escaleras, para subir. Encontrarlas era difícil. Preguntaba por ellas, y algunos le contestaban: “No hay.” Otros le daban la espalda. Acababa siempre por encontrarlas y por subir otro piso. La circunstancia de que muchas veces las escaleras fueran endebles, arduas y estrechas, aumentaba su fe. En un piso había una ciudad, con plazas y calles bien trazadas. Nevaba, caía la noche. Algunas casas -eran todas de tamaño reducido- estaban iluminadas vivamen­te. Por las ventanas veía a hombres y mujeres de dos pies de estatura. No podía quedarse entre esos enanos. Descubrió una amplia escalinata de piedra, que lo llevó a otro piso. Éste era un antecomedor, donde mozos, con chaqueta blanca y modales pésimos, limpiaban juegos de té. Sin volverse, le dijeron que había más pisos y que podía subir. Llegó a una terraza con vastos parques crepusculares, hermosos, pero un poco tristes. Una mujer, con vestido de terciopelo rojo, lo miró espantada y huyó por el enorme paisaje, meciéndose la cabellera, gimiendo. Él entendió que cuantos vivían allí estaban locos. Pudo subir otro piso. En una arquitectura propia del interior de un buque, en la que abundaban maderas y hierros pintados de blanco, halló una escalera de caracol. Subió por ella a un altillo donde estaban los peroles que daban el agua caliente a los pisos de abajo. Dijo: “Sobre el fuego está el cielo” y, seguro de su destino, se agarró de un caño, para subir más. El caño se dobló; hubo un escape de vapor, que le rozó el brazo. Esto lo disuadió de seguir subiendo. Pensó: “En el cielo me quemaré.” Se preguntó a cuál de los horribles pisos inferiores debería descender. En todos él se había sentido fuera de lugar. Esto no probaba que no fuese la morada que le correspondía, porque justamente el infierno es un sitio donde uno se cree fuera de lugar.

 

Guirnalda con amores (1959)

La invención y la trama. Una antología, México, FCE, 1988, págs. 547-548

 

Jorge Luis Borges. El Aleph 1949, Los dos reyes y los dos laberintos El hacedor 1960, Parábola del palacio, antologías con Bioy Cáceres microrrelatos atribuidos a otros autores.

 

 

 El puñal”

Jorge Luis Borges

 

“En un cajón hay un puñal. Fue forjado en Toledo, a fines del siglo pasado; Luis Melián Lafinur se lo dio a mi padre, que lo trajo del Uruguay; Evaristo Carriego lo tuvo alguna vez en la mano.

Quienes lo ven tienen que jugar un rato con él; se advierte que hace mucho que lo buscaban; la mano se apresura a apretar la empuñadura que la espera; la hoja obediente y poderosa juega con precisión en la vaina.

Otra cosa quiere el puñal. Es más que una estructura hecha de metales; los hombres lo pensaron y lo formaron para un fin muy preciso; es, de algún modo eterno, el puñal que anoche mató un hombre en Tacuarembó y los puñales que mataron a César. Quiere matar, quiere derramar brusca sangre.

En un cajón del escritorio, entre borradores y cartas, interminablemente sueña el puñal con su sencillo sueño de tigre, y la mano se anima cuando lo rige porque el metal se anima, el metal que presiente en cada contacto al homicida para quien lo crearon los hombres.

A veces me da lástima. Tanta dureza, tanta fe, tan apacible o inocente soberbia, y los años pasan, inútiles”.

 

Continuidad en los parques

Julio Cortázar

 

“Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restallaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.  

    Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano. la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela”

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“Final del juego”, continuidad en los parques, diversos textos en Historias de cronopios y de famas 1962, Correos y telecomunicaciones 1974, Un tal Lucas 1979, El copiloto silencioso Nos podría pasar. Entre otros libros.

 

Relato absurdo

Guillermo Beltrán Villanueva

“…los escombros, escombros son, no podemos llamarlos de otra manera. haría falta extender el vocabulario desde otros confines en donde la palabra en su concepto sería de una variabilidad infinita de los sentidos y significados.

Empezaría por decir que cada resto, trozo, rebaba,  son insignificantes. Una frase o verso, una palabra o grafía. De esa manera acumularía una variedad magnífica de recuerdos.

Es como decir que al verso le hacen falta los silencios; las cucharadas de mentiras, si es que con ellas se es capaz de causar la muerte digital y volver a los apuntes para que a cada lectura desfase como loco en miles de historias.

La asonada no tiene sentido si ésta se pierde en el ocaso, pues es acaso la mentira la que rige en un sinfín de verdades.

La catarsis viene como nota al ruido que los oídos reclaman, al no sentir la vibración suave de la cadena de huesecillos; todo es mentira pues mentiría si no lo afirmo y si firmo el decreto que lo avale, de nada vale si éste se abochorna. Es mejor entregar con acuse de recibo, pues se mantiene vivo el deseo y la intención.

Ya basta de verdades crueles al afirmar que existe el Más Allá sin haber ido; es como decir que el sexo es pecado cuando no lo han practicado y el pecado lo tienen en el cerebro quienes lo argumentan. ¿Sería entonces que el pecado que nos niega el cielo, según ellos,  es a la vez el acto más puro que, sin morir, nos lleva al paraíso?

Si no dime, si el pensar diverso sobre algo que te es adverso y, no es que con ello mido, a los fantasmas del deseo que el célibe abjura, para decir, asegura y perjura, cuando de pasión se trata, con el más profundo orgasmo de placer y melancolía, pues es sabido que aquella pasión, la mesiánica, no fue la muerte, sino encontrarse con ella a la suerte, sin haberla experimentado.

De esa manera, nuestra vida llena de absurdos es una elucubración sin propósitos, persiguiendo la meta, olvidando el camino, cuando la meta es la muerte y la vida olvidada era el verdadero destino.

Es éste pues, un relato absurdo sin llegar a cuento es un texto burdo de lo que es capaz el simple espacio lleno de locura y falacias del poder, de escombros, inexorables, cuantitativos, alocados y dispersos en el futuro incierto de mi existencia…” (Beltrán. 2018. Absurdidad de la palabra. P. 20).

 

 

Escucha y ve con atención el video 4 "microrrelato Batman y el iceberg”

Ten presente la información que recuperaste en el video anterior, y analiza si el microrrelato tiene esos elementos.

 

¡Batmaan!, y el iceberg

 

Había ido a una fiesta de colegas del súper heroísmo. Pegaba mucho el sol y con su traje de murciélago estaba pasando más calor que nadie.

Entonces llegó volando ¡Supermáaan! sosteniendo con una mano un iceberg, fue puliendo el bloque con sus rayos oculares hasta que hubo cubitos de hielo para las bebidas de todos.

¡Oye!, ¡Supermáaan!, dijo, ¡Batmaan! ¿Qué hace que tú y yo estábamos en la misma ciudad. He tenido que tomar tres vuelos privados intercontinentales para llegar a tiempo a esta reunión. Qué te hubiera costado traerme volando también.

—Tenía compromisos —respondió ¡Supermáaan!, medio ofendido por la duda.

—Salvar a gente de una presa rota en Mozambique, abrir un segundo canal en Panamá, doblar una vía ferroviaria para que un tren con explosivos se desviara a un barranco mustio…

—¡Pero luego te hubieses acordado de mí! Has estado en tu mansión del Polo, ¿no? Por eso traes el iceberg que ni siquiera se te ha derretido por el camino ¡Macho! Si te ha dado tiempo para eso, podrías haberme...

Víctor Pintado

 

Análisis

La brevedad sí se circunscribe a esa modalidad, Inicia con lo que algunos le llaman prólogo:  del relato: Había ido a una fiesta de colegas del súper heroísmo. Hace una exposición del tema evocando el pasado y regresando al presente histórico,  luego propone un conflicto dado por su carácter patológico y exige a Superman que debió tener prioridad en el vuelo, que lo podía traer y llegar a tiempo, aún así ya lo había hecho. A pesar de la explicación del superhéroe a él no le importa. Ya condescendiente le pregunta por qué no se acordó de él y fue en su busca para evitarle el trabajo.

No cuenta con un desenlace, por lo que rompe el esquema de considerarse un microrrelato y no una conversación sin sentido.

Es bueno recordar ese estado patológico que siempre ha tenido Bruce Wayne quien se caracteriza por ser una persona con Trastorno esquizoide de la personalidad, distante de la sociedad y que no disfruta de las relaciones personales y siempre trata de evitar hacer amistades duraderas, quizás por temor a perderlas como sucedió con sus amados padres, apenas si mantiene relaciones con Alfred Pennyworth (su mayordomo), los Robin y posteriormente con Batgirl. Para entender sus exigencias debemos recordar que maltrata mucho a Robin a quien expone en peligros y luego lo salva, como resarciendo lo que no hicieron sus padres al exponerlo a peligros para endurecer su carácter y lo que más afectó su vida fue el caer en un foso lleno de murciélagos y pasar días sin que nadie lo notara.

También sufre de Trastorno antisocial de la personalidad. Impone sus reglas para todo, casi en la ilegalidad tomando por momentos la personalidad de villano que hasta la sociedad lo rechaza y las autoridades lo buscan como tal hasta que hace algo para “demostrar” inocencia y poder sentirse de nuevo parte de la sociedad de bien. Todo detrás de una máscara.

Uno de los personajes que más le asustan es el jóker por su miedo a los payasos, por más que en su batcueva le acompaña un mono vestido así no logra superarlo. Su obsesión por el físico culturismo donde trata de ser perfecto y para no usar armas, aún así la obsesión la traslada a lo posesivo por su deseo de ser insuperable por sí mismo. Para superar sus dolores, fracturas, daños en músculos y articulaciones se convierte en un adicto, nada bueno como modelo de súper héroes. Su adición supera la nueva normalidad de los viciosos llegando hasta consumir veneno puro con la etiqueta de Venon.

Otro problemas es la doble personalidad, la riqueza ilimitada y su fachada de playboy no le alcanza para enmascararse como último refugio a sus miedos y complejos. Su falta de control a la ira lo hace exagerar contra sus enemigos.

No debemos confundir que Batman se disfraza de murciélago por haberle dotado de alguna habilidad sino por que no puede superar el trauma y su miedo a ellos y lo hace para tratar de ser mejor murciélago y superar esos miedos que lo tienen atrapado.

Lo único positivo es su resiliencia, el aprovechar todos los trastornos que sufre para salvar y proteger y ser un paladín de la Humanidad, diferente pero congruente consigo mismo y eso le da legitimidad.

Este relato inacabado pudiera ser que como lo hacen los grandes autores, deja abierta la posibilidad de ser concluido por la inteligencia del lector. O como personaje, todavía con mucho que agregarle para contrarrestar sus obsesiones.

 

Elabora un microrrelato y toma en cuenta lo que dice Aristóteles en su poética. El arte es mímesis. Si no puedes, imita. Pero elabora tu microrrelato, lo grabas y eso lo mandas como evidencia de este tema y será importante para tu calificación final de esta materia.

 

La calle

Guillermo Beltrán Villanueva

“El hedor a gasolina, aceites, llantos, los pasos perdidos; la brisa untuosa por caminos y veredas, el olor a miedo, sensación extraña para quien le sonríe la vida; el humor acuoso que deja la llovizna y el correr de transeúntes, hurgan en las pisadas la prisa por llegar.

Un halo evanescente y el vapor a ras de suelo aplastado por el clima dan la sensación de relatar un minigestuoso momento desapercibido para los demás.

Se encoge de hombros, limpia los espejuelos y busca en los alrededores por dónde escapar de sus fantasmas. (Beltrán. 2020. Soledario. P. 40).

 

Hola, Guillermo, ¿cómo estás?

Escuché con atención tu grabación correspondiente a tu microrrelato e identifico que cumples correctamente con los elementos solicitados en las instrucciones para esta actividad: escribes un microrrelato tomando en cuenta lo que dice Aristóteles en su "Poética", así como las lecturas base y complementarias correspondientes a esta unidad. Posteriormente grabas la lectura del texto y lo envías como evidencia de este tema.

Excelente trabajo, Guillermo. Aunque por el ritmo y las imágenes desarrolladas en el texto, sentí que se trata más de un poema, ¿es así? Aun así, me gustó mucho el texto y me parece muy interesante. 

 

Atte,

Maestra Berenice

 

Respuesta

Maestra Berenice.
En cuanto al microrrelato que le envié efectivamente es parte del libro en proceso Soledario, son microrrelatos tristes, desolados por la situación que me ha tocado vivir con la muerte de muchos de mis amigos y familiares, Y sí, usé la prosa poética para la mayoría de ellos, particularmente los que duelen por ser experiencias personales. Ese libro lo considero transgénero porque uso los diversos géneros narrativos los que me permiten expresar el dolor de las pérdidas.
Gracias por su comentario.
Guillermo.

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